viernes, 14 de junio de 2013

LAS CINCO PARTES DEL ALMA



La religión egipcia es precisa en cuanto a las indicaciones acerca de qué se debe hacer para que el paso a la otra vida sea lo más armonioso posible. Es cosa bien sabida que el famoso Libro de los muertos egipcio contiene todas las fórmulas para un exitoso periplo por zonas del más allá. Sin embargo, la antigua religión egipcia es muy compleja y merece un profundo análisis en lo que toca a su concepción de lo que aguarda al alma en el inframundo.

Los antiguos egipcios sostenían que el alma humana está compuesta de cinco partes: el Ib, o corazón, que era la clave para testificar en favor o en contra de su poseedor en el juicio que tenía lugar después de la muerte de la persona. El Sheut o sombra era la representación individual de la persona, en tanto una no podía existir sin la otra. El Ren, o nombre, que gozaría de vida en tanto alguien fuera capaz de pronunciarlo, por lo cual los antiguos egipcios daban gran importancia a que el nombre estuviera escrito el mayor número de veces posible. Ba, el alma, daba individualidad a la persona; poseía características que la hacían única y diferenciable de todas las demás. Por último, el Ka, o principio de vida, es lo que diferencia a los vivos de los muertos: al morir, el Ka residente en una persona abandona ese cuerpo.

La muerte, para los egipcios, era la posibilidad de un glorioso renacimiento. Pero una serie de medidas muy estrictas debían tomarse para que la resurrección pudiera llevarse a cabo: uno de estos requisitos era la preservación del cadáver, de allí la importancia de la momificación. Asimismo, los egipcios creían que el Ba el alma y el Ka el espíritu o principio de vida, debían unirse después de la muerte, si es que los ritos correctos de momificación y sepultura habían sido realizados. Si esto era así, una nueva sustancia, el Akh, se formaba. Como conjunción del alma particular a una persona y del principio de vida, insuflado nuevamente en ella, el Ah podía emprender el viaje, guiado frecuentemente por Anubis, que oficiaba de psicopompos, hacia el Duat el inframundo egipcio, regido por Osiris, en donde era sometido al juicio que determinaba su destino de ultratumba. El corazón, Ib era pesado de acuerdo a los testimonios de la vida de la persona en cuestión. Si se consideraba que la persona había llevado una vida recta, pasaba a habitar las regiones más placenteras del Duat; si había llevado una vida reprochable, era entregado a Ammit, el devorador de almas, descrito como una bestia con partes del león, de hipopótamo y de cocodrilo, en lo que era una segunda muerte, esta vez definitiva.

Para que todo esto pudiera suceder, la tumba de la persona fallecida debía encontrarse en perfecto estado, y con regularidad debían ofrecerse tributos en forma de regalos y comida, para que el Ka principio de vida extrajera de ellos el Keun o esencia. Si la tumba no recibía los cuidados prescritos, si el proceso de momificación no había sido el apropiado, si la tumba era profanada, entonces el alma no podía acceder a esas instancias y estaba condenada a vagar por la tierra hasta que la situación fuera revertida. El Akh la conjunción entre el Ba y el Ka merodeaba tristemente el mundo de los vivos, usualmente de pésimo humor, y era responsable de toda clase de calamidades, desde enfermedades y sequías hasta pesadillas y mala fortuna. Ver un Akh, de acuerdo a las creencias egipcias, era ser testigo de la aparición de un fantasma que deambulaba por el bajo astral en espera de que alguien se aventurara valientemente en su tumba para poner las cosas en su lugar.


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