domingo, 16 de junio de 2013

LA PACIENCIA



El que con firme humildad y paciencia sufre y sobrelleva las tribulaciones, por ferviente amor de Dios, pronto conseguirá grandes gracias y virtudes, el señorío de este mundo y las arras de la gloria del otro. El bien o mal que se hace al hombre, a sí propio se lo hace; por eso no te alteres contra el que te injuria, sino sufre con humilde paciencia, doliéndote sólo de su pecado, teniéndole compasión y pidiendo a Dios por él eficazmente. Cuanto uno sea más fuerte en sostener y sufrir pacientemente las injurias y tribulaciones por amor de Dios, otro tanto más pequeño es en la divina presencia.

Si alguno te alaba hablando bien de ti, devuelve aquella alabanza solo a Dios; y cuando alguien te desprecie o diga mal de ti, ayúdale tú mismo diciendo aún más. Si quieres quedar bien, procura mejorar siempre el partido del prójimo con desventaja del tuyo, culpándote siempre a ti mismo y alabando o excusando de veras a los demás. Cuando alguien quiera disputar o litigar contigo, si quieres vencer, cede y ganarás; porque si porfías para vencer, cuando pienses que lo has conseguido, hallarás haber perdido mucho. Ten por cierto que el camino de la salvación es el de perder.

Mucho consuelo trae, y es cosa mucho más meritoria, el sufrir injurias e improperios pacientemente, por amor de Dios, que el dar de comer a cien pobres y ayunar continuamente. ¿Qué utilidad trae al hombre y de que le sirve, despreciarse a sí mismo y mortificar a su cuerpo con grandes ayunos, vigilias y disciplinas, si no puede sufrir una palabra injuriosa de su prójimo? Mucho mayor mérito y premio tendrá el hombre con este sufrimiento, que con cuantas penitencias pueda hacer su propia voluntad; porque el soportar los improperios e injurias de su prójimo con paciencia y sin murmurar le purifica de sus pecados.

El verdadero humilde no espera de Dios mérito o recompensa alguna, sino que atiende sólo a satisfacerle en cada cosa, reconociéndosele deudor y comprendiendo que cualquier bien que tenga, no procede de mérito propio, sino de la bondad de Dios y que las adversidades le vienen realmente por sus pecados.    

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