viernes, 7 de junio de 2013

LA APARICION DEL VILLISTA


Mi abuelo me platicó de don Marcelino, un viejo que fue muy amigo de él. Singular trasnochador siempre anduvo en pos de su adorada Clotilde. Cierto día fue citado por ella para que se presentara en el balcón de la recámara donde vivía la mujer de sus sueños. Él llegó muy puntual y se apostó en la esquina, desde donde dominaba el balcón, desde donde se filtraba la luz que producía un candil cargado con petróleo.

Don Chelino se paseaba de un lado a otro esperando que apareciera la silueta de su amada, los minutos pasaron lentamente y la novia no salió, tal vez porque se quedó dormida, pero en resumidas cuentas, ella quedó mal con la cita.

Don Marcelino ya fastidiado por tanta espera, decidió regresar a su domicilio, a los primeros pasos, oyó un ruido tras él, volvió rápidamente la cara pero no descubrió nada. Llego a la esquina de Matamoros e Hidalgo y tenía que seguir hasta la plaza, pero como a cincuenta metros, debajo de una higuera vio a un hombre vestido de negro a la usanza de los villistas, con sus cananas cruzadas sobre el pecho y su máuser en la mano derecha, fumando un puro que al inhalar el humo del tabaco, dejaba caer algunas chispas que se apagaban con el soplo de la brisa.

No quiso pasar frente al villista, y regresó a la esquina para dar un rodeo. Y tomar la calle Zaragoza pero, a unos pasos, se topó con la presencia de un borrego que estaba de pie a media calle y que lo observaba con tono amenazador atajándole el paso.

Nuevamente regresó a la esquina, y volvió la cara hacia la higuera donde el revolucionario estaba fumando su puro, entonces tomó por la calle de Matamoros pero a media cuadra se encontró con un chivo que también le atajó el paso. Casi con desesperación quiso regresar a la casa de su novia pero a sesenta metros estaba un Guamúchil y en la parte media del árbol estaba una enorme calavera con sus canillas cruzadas, meciéndose de atrás hacia delante con la cuenca de los ojos fosforescentes.

No tuvo más remedio que solicitar albergue en una casa, donde pidió quedarse ahí hasta que clareara el día.

Le explico al dueño de la casa de los pormenores de lo que le había sucedido durante la noche. El dueño de la casa le explicó a Don Marcelino con voz calmada, que bajo de esa higuera, Pancho Villa fusiló personalmente a ese soldado villista por traidor y desde entonces se aparece este revolucionario misterioso fumando su puro.

Y mi abuelo se reía mucho de don Chelino, diciendo: "Eso les pasa mucho a los enamorados, ven fantasmas donde quiera"

 

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