domingo, 9 de junio de 2013

GRACE KELLY



Gracia Patricia Kelly vino al mundo el 12 de noviembre de 1929 en el seno de una familia acomodada irlandesa y católica de Philadelphia, Estados Unidos. Era la tercera de los hijos de John Brendan Kelly y Margaret Majer. Su padre era un exitoso empresario y un buen deportista, ganador de dos medallas de oro en los juegos olímpicos de Amberes 1920 en un par de disciplinas de remo y su madre, profesora de Educación Física. A pesar de que su familia se opuso a que fuese actriz, Grace quiso realizar el sueño que había tenido desde niña. Cuando acabó el instituto se trasladó a Nueva York para trabajar como modelo mientras comenzaba a tomar clases interpretativas en el American Academic of Dramatic Arts.

En 1949 consiguió su primer papel en Broadway, la zona de teatros más prestigiosa de Nueva York. Seguidamente hizo algunas apariciones en televisión, hasta que decidió trasladarse a Los Ángeles para probar fortuna en el cine.
En 1951 Grace Kelly hizo su primera película, "Catorce horas" de Henry Hathaway, interpretando un papel secundario. Su elegancia y delicada belleza llamaron poderosamente la atención en Hollywood, de forma que al año siguiente se le ofreció el papel principal en el western "Solo ante el peligro", la obra maestra de Fred Zinnemann, junto a Gary Cooper y Katy Jurado.
En 1953 protagonizó la película de aventuras, "Mogambo" de John Ford, al lado de Clark Gable y Ava Gardner, que le valió una nominación al Óscar como mejor actriz de reparto.
En 1954, a los veinticinco años, ganó un Óscar a la mejor actriz principal por "La angustia de vivir" de George Seaton, co-protagonizada por Bing Crosby y William Holden. Grace conoció al principe Rainiero de Mónaco en el Festival de Cannes cuando acudió al certamen francés para publicitar esta película. De ese año son sus trabajos "Los puentes de Toko-Ri" de Mark Robson y "Fuego Verde" de Andrew Marton. Trabajó por primera vez bajo las órdenes de Alfred Hitchcock en "La ventana indiscreta" junto a James Stewart. El director siempre la consideró su rubia favorita, dirigiéndola en dos películas más: "Crimen perfecto" con Ray Milland y "Atrapa a un ladrón" con Cary Grant, film que se rodó en Mónaco en 1955.
Desde 1950, el principado de Mónaco estaba bajo autoridad del príncipe Rainiero III, un hombre de treinta y dos años, soltero y al que sólo se le había conocido una relación con la actriz francesa Gisèle Pascal, que no llegó a cuajar. Hombre de mundo, consciente de la popularidad que la película podía dar al principado, al que quería relanzar como destino turístico, dio toda clase de facilidades para el rodaje. Entre ellas, la posibilidad de filmar algunas escenas en el interior de palacio. Fue así como se inició la relación con Grace Kelly. A la actriz tampoco se le conocía pareja estable. Los rumores apuntaban a que había vivido tórridos romances con muchos de sus partenaires. Se citaban los nombres de Gary Cooper, Clark Gable, William Holden, Bing Crosby y Ray Milland, así como el modista Oleg Cassini, al que había conocido en sus tiempos de modelo en Nueva York, cuando él estaba casado con la actriz Gene Tierney. Pero eran simples rumores. En cuanto se la presumió candidata a ocupar el papel de princesa consorte, desaparecieron como por ensalmo.
En cualquier caso, Rainiero decidió que Grace sería su esposa. Acabado el rodaje, la siguió a Estados Unidos y esperó paciente a que la actriz cumpliera con sus últimos compromisos cinematográficos: "El Cisne" y "Alta Sociedad". Luego, formalizó el compromiso en la mansión de los Kelly. El 19 de abril de 1956, una Grace Kelly envuelta en tules y encajes, altiva y emocionada, se convirtió en Su Alteza Serenísima Gracia Patricia de Mónaco. Desde ese día, la princesa pasó a desempeñar el mejor papel de su vida. Siempre vestida y peinada con exquisitez, manteniendo un porte mucho más regio que el de otras princesas por nacimiento, fue la mejor embajadora de Mónaco y la estrella indiscutible del papel couché.
Eran los años sesenta y la prensa del corazón comenzaba a despegar. Farah Diba, Jacqueline Kennedy y Grace Kelly eran, a nivel internacional, sus reinas indiscutibles. Los periodistas se frotaban las manos cuando podían conseguir que coincidieran en algún evento, como sucedió en las fiestas del aniversario de la fundación de la monarquía persa en Persépolis, o cuando en 1966, la duquesa de Alba invitó a Jackie, ya viuda del presidente, y a Grace a la Feria de Abril de Sevilla... pese a que la enemistad entre ambas hizo que no se dirigieran la palabra. Se aseguraba que Jacqueline Kennedy no había perdonado a los príncipes de Mónaco que, al enterarse del asesinato del presidente de Estados Unidos en Dallas, no abandonaran la fiesta a la que asistían.
Con Grace, Mónaco pasó a ser una especie de paraíso para millonarios ociosos, donde la sofisticación debía siempre ceder paso a la elegancia y el refinamiento. Sus fiestas eran legendarias. El baile de la Rosa conseguía que, en un mismo espacio, alternara la más rancia aristocracia europea con actores y actrices de Hollywood tan conocidos como David Niven, Frank Sinatra o Roger Moore. Cuando se celebró el centenario del principado, Grace promovió una serie de festejos cuyo acto central iba a ser un baile donde las invitadas debían vestir a la moda del XIX. No hay ni que decir que ella fue la reina indiscutible, cuando se presentó ataviada con la réplica de un vestido que había lucido Eugenia de Montijo y su rubia cabellera convertida en una cascada de tirabuzones. 
Lo cierto es que, desde su boda, Grace se dedicó en cuerpo y alma a su familia y a sus deberes como princesa consorte. Hitchcock quiso tentarla con una posible vuelta al cine y le ofreció el papel protagonista de "Marnie, la ladrona", pero la rotunda oposición de Rainiero acabó para siempre con toda posibilidad de que Grace retomara su carrera cinematográfica. Tampoco ella parecía tener demasiado interés. Se sentía a gusto en su nuevo rol. Su vida seguía siendo activa y apasionante y, si en alguna ocasión sintió nostalgia de las cámaras, no dudó en ponerse delante de ellas pero para promocionar el principado.

Además, pronto habían llegado los hijos: Carolina, Alberto y Estefanía. Y con ellos llegaron también los disgustos. Las dos jóvenes princesas crecieron frívolas y rebeldes, pero dotadas de un carisma del que carecía su hermano. Lo peor fue cuando en 1978, Carolina hizo público su decisión de casarse con el playboy Philippe Junot. Tanto Rainiero como Grace se opusieron rotundamente, pero lo único que pudieron hacer fue contemplar un matrimonio que, dos años después, acabaría en divorcio. 
Convertida en una elegante matrona, Grace comenzó a sufrir frecuentes depresiones que, si bien nunca fueron confirmadas por fuentes de palacio, se adivinaban tras sus frecuentes ausencias en actos públicos y un régimen de vida mucho más recogido. Se habló de un distanciamiento entre la pereja principesca provocado, en parte, por la adicción al alcohol de la princesa y alguna que otra aventura extramatrimonial de Rainiero. La corte monegasca no era el idílico remanso de paz que se vendía en las revistas del corazón. Detrás de las armónicas fotos de familia, se escondían problemas conyugales, choques genracionales y, sobre todo, la decepción de una mujer, Grace, que había querido construir un sólido edificio que, a la larga, había resultado un castillo de arena. 
El 13 de septiembre de 1982, en compañía de la princesa Estefanía, Grace conducía un land-rover por la misma carretera cercana a Montecarlo donde se habían rodado algunas escenas de la película "Atrapa a un ladrón". De manera inesperada, el todoterreno derrapó y cayó por un terraplén. La princesa Estefanía sufrió heridas de poca consideración. Los rumores apuntaron la posibilidad de que ella fuera quien iba al volante, que entonces contaba con diecisiete años. No obstante, fuentes oficiales negaron tal posibilidad. Grace tuvo menos suerte. Fue trasladada inconsciente al hospital que lleva su nombre, donde falleció al día siguiente sin haber recobrado el conocimiento a los cincuenta y dos años. Rainiero nunca volvió a ser el mismo. Tampoco Mónaco que, falto de la mujer que había sido el alma de la fiesta, se sumió en una monótona y rutinaria existencia.

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